Jugamos durante horas persiguiéndonos por el jardín de su casa arrojándonos bolas de barro. Para mi desgracia, ella se sabía todos los escondrijos del lugar y no titubeaba lo más mínimo a la hora de sorprenderme.
Cuando por fin la tenía acorralada detrás de un árbol y esperaba con impaciencia a que asomara su rostro burlón para poder acertarle y declararme victorioso, me paralicé al oír detrás de mí los airados chillidos de mi madre, que irrumpió bruscamente en el jardín acallando con sus gritos las risas de las que había conseguido disfrutar ese día.
—¡Pedro Alfonso! ¡¿Cómo te atreves a escaparte de casa y venir a este sucio lugar?! —bramó mi ella con su estridente voz, haciendo que mi mano bajase lentamente poniendo fin a toda mi diversión—. ¡Suelta ahora mismo esa porquería y vuelve a casa! ¡Mira cómo te has puesto! —añadió indignada mientras me empujaba para alejarme de esa chica que, sin duda, a partir de ese día sería considerada una mala influencia para mí.
Creí que no podría despedirme, que incluso me alejaría sin llegar a saber el nombre de la niña que me había impresionado cuando, ante una nueva queja de mi madre, una bola de barro salió despedida desde detrás del árbol e impactó de lleno en su caro e impoluto traje nuevo.
—¡Aaaah…! ¡¿Qué es esto?! —exclamó mi progenitora, buscando al causante de su desdicha, dispuesta a darle una lección.
Supuse que la niña, ante sus gritos, se escondería o iría corriendo hacia su casa en busca de un adulto que la defendiera, pero para mi asombro, salió de su escondrijo y con la cabeza bien alta se enfrentó a ella como nadie lo había hecho nunca.
—Señora, eso es barro y como usted se ha metido en nuestro juego pensé que también quería participar —dijo pícara y descaradamente mientras me sonreía.
—¡Mocosa, ve ahora mismo en busca de tus padres! ¡Quiero que te reprendan por lo que has hecho o lo haré yo misma!
—¿Por qué? Si éste es mi territorio y usted lo ha invadido…
—¡Mocosa! ¡Llama a tus padres ahora mismo!
—¡No soy ninguna mocosa, soy Paula Chaves, ésta es la casa de mis abuelos y usted no tiene derecho a llevarse a mi nuevo amigo!
—¡Éste es mi hijo y me lo llevaré a casa, que es donde tiene que estar, y no jugando con una criatura salvaje y maleducada como tú!
—Demuestre que es su madre —repuso Paula.
—¿Qué? —preguntó mi madre, sorprendida, mientras yo intentaba ocultar mi risa, algo que no podía evitar ante las inusuales respuestas de esa niña.
—No tengo tiempo para esto —declaró finalmente, intentando pasar de largo ante la escrutadora mirada de Paula.
Y casi lo logró, hasta que Paula, todavía reticente ante la idea de que esa fría mujer fuera mi madre, al fin gritó pidiendo ayuda.
—¡Papá! ¡Papá! ¡Una mujer rara y desconocida quiere secuestrar a mi amigo! —exclamó de forma desgarradora para, a continuación, acompañarlo del llanto más desconsolado que había oído en mi vida. Totalmente falso, claro, según deduje después cuando vi a tres hombres de la edad de mi padre salir de la casa para enfrentarse a tal amenaza y a Paula ocultándose tras ellos para dedicarle burlas y muecas a mi madre sin que sus protectores la vieran.
En ese momento, dos de ellos, rubios y de ojos azules muy similares entre sí, comenzaron a acribillar a mi madre con sus preguntas, mientras el hombre de ojos castaños y negros cabellos, tan parecidos a los de Paula, sacó su teléfono móvil con la intención de llamar a la policía. Finalmente, me apiadé de mi progenitora y miré muy serio a la niña, a la que comenzaba a admirar cada vez más, y le confirmé la verdad.
—Paula, ésta es mi madre —dije, poniendo fin a esa farsa.
—Pues ella sí podría pasar por un villano —replicó Paula en voz alta, sin preocuparse de a quién pudiera ofender.
—Lo sé, pero yo estoy dispuesto a aprender —susurré con una sonrisa dirigida exclusivamente a mi nueva amiga, cuidando de que sólo ella me oyera.
Una vez aclarada la confusión, mi madre no me dejó despedirme y se limitó a arrastrarme hacia el interior de nuestra casa. Mientras me alejaba, supe que esa niña sería mi primer y único amor, porque ella había sido la única que me había hecho sonreír, la única que había intentado protegerme, la única que me había demostrado que le importaba y, finalmente, porque Paula era todo lo que yo nunca me había atrevido a ser: decía lo que pensaba, hacía lo que quería, ella reía, ella… era un espíritu libre, algo que a mí jamás se me había permitido ser en la jaula de oro que siempre me rodeaba.
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