jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO FINAL

 


—¡No, no y no! —gritó Nicolás, irritado, mirando a esa pareja que, una vez más, lo metía en medio de uno de sus líos y en esta ocasión, en el más irritante de todos: su boda—. ¿Es que no podíais esperar a llegar a casa para casaros como Dios manda? ¿Sabéis la que me va a caer encima cuando anuncie a las mujeres de la familia que os habéis casado por un impulso en Las Vegas en vez de en una aburrida y larga ceremonia preparada por ellas? ¡Piensa en tu madre, Paula! ¡En tu abuela, en tus tías…! Y si no es suficiente, ¡joder!, piensa por una vez en mí y no me llames para esto. O mejor aún: ¿por qué no perdéis ambos mi número de teléfono para lo que os queda de vida?


—Por favooor... —pidió el miembro más delicado y dulce de la pareja, poniéndole ojitos a Nicolás. Y finalmente, con tal de no ver ese estúpido comportamiento en su amigo, Nicolás cedió ante las demandas de Pedro, como siempre hacía.


—¡Venga ya, Nicolas! No te quejes tanto. ¡Si hasta has traído a una bonita chica contigo para que te haga de acompañante! —dijo Paula, quitándole importancia a cada una de sus quejas, aunque sabía que tenía razón.


—Paula, ella solamente es una de mis alumnas a la que estaba dando clases suplementarias en la universidad y a la que me he visto obligado a llevar conmigo cuando un par de majaras me han gritado por el móvil que se trataba de una emergencia.


—¡Hala, pues ya tienes un motivo para ser mi testigo de boda! —dijo Paula mientras les hacía una fotografía con su teléfono móvil—. Yo que tú me acompañaría hasta ese altar si no quieres que esta foto acabe publicada en los foros de estudiantes de la página web de la universidad…


—¡Paula! ¡Eres, eres…!


—Una preciosa novia —interrumpió Pedro antes de que su amigo soltara alguna que otra maldición que irritara a Paula y los condujera a una discusión sin fin.


—¿De verdad lo crees? —preguntó tímidamente la novia, que lucía un espléndido vestido blanco que a los ojos de Pedro la hacía parecer una princesa.


—Tan hermosa como el primer día que te conocí, cariño. Ése fue el momento en el que decidí que tenías que casarte conmigo.


Pedro, que sólo tenía cinco años... —se quejó Paula ante su confesión.


—Eso sólo demuestra cuánto tiempo he tenido que esperar para este momento, princesita mía.


—¡No me llames así! Ya sabes lo mucho que odio esos motes, niño bueno… —añadió maliciosamente Paula mientras ponía las manos en jarra, declarándole la guerra al novio como en su niñez.


—Tan sólo dime cómo de malo quieres que sea... —repuso Pedro mientras deshacía la molesta pajarita negra de su traje. Y atrapándola antes de que comenzara a correr por la hermosa alfombra que les mostraba el camino hacia el hombre disfrazado de Elvis Presley que los esperaba, la alzó sobre sus hombros y la cargó hasta el altar.


—¡¿Para qué narices me habéis llamado entonces?! —preguntó Nicolás, exasperado al comprobar que su ayuda carecía de importancia para acompañar a la novia o para intervenir en esa rápida ceremonia.


Duda que fue contestada cuando Paula, tan maliciosa como siempre, arrojó el ramo de novia hacia su primo, haciendo que cayera en sus sorprendidas manos.


—¡No, no! ¡Ni de coña! —dijo Nicolás, aterrado, soltando el ramo con espanto al ver que la molesta alumna que siempre lo perseguía comenzaba a hacerle ojitos.


Y mientras Nicolás le dejaba claro a la mujer que lo acompañaba por qué motivo no pensaba enamorarse nunca, poniendo como ejemplo algunas de las locuras que Paula y Pedro habían llegado a hacer por amor, éstos entrelazaron sus manos frente al altar mientras renovaban una promesa que nunca habían podido dejar de cumplir.


—¿Dejarás tu ventana abierta esta noche? —preguntó Pedro, recordando la pregunta que le había hecho cuando niño la primera vez que se coló en su habitación, buscando algo a lo que nunca supo darle nombre hasta que la conoció.


—Siempre que la necesites, estará abierta para ti —contestó Paula, esta vez sin burlarse del niño que había robado su corazón.


Y añadiendo un «te quiero» a su confesión, le entregó a Pedro el amor que otros no le habían dado y que ella, a pesar del tiempo y de las dificultades, jamás había podido negarle, porque siempre amaría a ese hombre que nunca dejaría de intentar ser su chico malo.





 

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